martes, 10 de marzo de 2009

BARCO DE PIEDRA

Vivo en una ciudad sin mar, y cuando la nostalgia del salitre me vence, suelo acercarme a la ribera del río, y allí, apoyada en el pretil de piedra de un viejo puente, me sitúo justo encima del tajamar, adelanto la pierna derecha, hago fuerza con los brazos y miro fijamente la punta de esa quilla sobresaliente que rompe el agua. Al cabo de unos instantes, estoy en un barco surcando el océano. A veces, sobre todo en algunas tardes de primavera, el aire me trae un olor algas y a brea, que completa el hechizo.

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