viernes, 27 de febrero de 2009

UN INFORME FALLIDO (PARA MIRCEA, CRISPULO Y JAROSLAW)

UN INFORME FALLIDO


Cuando me encargaron ocuparme de él, enseguida supe que no iba a resultarme fácil. No porque me costara introducirme en ese grupúsculo de escritores descarriados, amantes de las historias con final triste y de los bares de madrugada que solía frecuentar. Tengo que decir que casi enseguida me aceptaron y que nunca han dado muestras de sospechar nada.
No, la dificultad no estaba ahí, sino en la propia personalidad de mi “pupilo”, llamémosle así, que era escurridiza y camaleónica.
Aparentemente era un chico sencillo y agradable. Un buen muchacho. Su voz suave, sus ojos claros, sus modales delicados. Ese mechón de pelo liso que le caía sobre la frente y le daba un aire aniñado y soñador.
Para contrarrestar, escribía historias de adolescentes macarras, de descerebrados bacaladeros obsesionados por las pastis y los coñitos monos. En el fondo el viejo mito: sexo, drogas y rok and roll. Y como casi siempre, funcionaba. Ese personaje vil y un poco estereotipado, lejos de producirnos rechazo, nos movía a la ternura. Cuándo acababa de leernos sus relatos, dejaba flotando deliberadamente el eterno interrogante que aureola a muchos escritores ¿cuánto había de autobiográfico en lo que acabábamos de oír?
A veces nos hablaba de su familia. Decía ser hijo de un antiguo dirigente del P.O.U.P. (Partido Obrero Unificado Polaco), gran amante del vodka y muy próximo al Presidente Jaruzelsky, que aprovechando una visita del Papa Juan Pablo II a su tierra natal, se vino a España disfrazado de diácono a finales de los años ochenta. Esa salida resultó providencial (nunca mejor dicho) pues pocos meses después de lograr reunirse en Madrid con su mujer y sus hijos, se destapó un escándalo económico que salpicó a casi todos los dirigentes del Partido y propició la celebración de las elecciones de 1989 en las que el Sindicato Solidaridad se hizo con la mayor parte de los escaños del Senado.
J. (así llamaremos a nuestro hombre a partir de ahora) decía odiar por igual a los comunistas y a Lech Walesa y sus secuaces.
Cuando salía este tema, los ojos se le ponían vidriosos, agarraba la botella de vodka y se lanzaba a blasfemar en polaco, hasta que conseguía que alguna de las chicas se le sentara en las rodillas, cobijara su cabeza entre sus pechos y le dijera despacito que todo iría bien, mientras le acariciaba el pelo.
Mi amigo Zwigniew, un antiguo compañero con gran experiencia y especialista en lenguas eslavas, presenció una tarde una de estas escenitas y luego me hizo observar que el nivel de la botella de vodka no había disminuido ni una gota y que los supuestos juramentos en polaco no eran más que la alineación del Sigman de Cracovia, un equipo de segunda que jugaba en la liga polaca.
Algunos de los que lean esto me tacharán de ingenua, pensando que los de nuestra profesión deberíamos saberlo todo acerca de las personas de las que estamos encargadas. Nada más lejos de la realidad. Los de arriba se limitan a encargarnos el caso, a darnos una somera información de archivo, que no siempre está actualizada y a ponernos en su camino, eso es todo. La manera de acercarnos a ellos, de irles conociendo e incluso de saber exactamente hasta donde tenemos que llegar, es cosa nuestra. Si, es cierto que antes nos hemos pasado una eternidad estudiando historia, idiomas, artes marciales y psicología, pero cada nuevo caso es al principio, casi una página en blanco.
Al poco tiempo de encargarme el suyo, supe que nuestro amigo era, o bien un mentiroso compulsivo, o alguien que tiene una historia que ocultar.
Así pues, hice todo lo posible por ganarme su confianza, cosa que no me resultó muy difícil, pues por entonces mi aspecto era el de una mujer hermosa y él, a pesar de su timidez, era especialmente sensible a determinados encantos. Tiempo después me estuve preguntando si no habría sido más oportuno presentarme bajo la apariencia de un colega, alguien más parecido a alguno de esos chicos de barrio de los que él hablaba en sus cuentos, pero ni siquiera nosotros tenemos la facultad de ensayar la vida antes de vivirla, y nos toca, como a todos, hacer nuestra representación sin ensayo general siquiera.
He dicho que entré en ese circulo de escritores bajo la apariencia de una mujer hermosa, algo mayor que la mayoría de las jovencitas que solían frecuentarlo y con una aureola de alguien que ha vivido mucho y que lo comprende todo. Me interesaba ese juego, pues yo no aspiraba en convertirme en su amante (sé de sobra lo poco que suelen conocer los hombres a las mujeres de las que se enamoran, y lo poco que se dejan conocer por ellas). Mas bien lo que yo quería era ser su amiga íntima, su confidente. Ese alguien con quien tenemos tanta confianza que podemos mostrarnos sin ningún tipo de reservas ni tapujos. Para mi misión, era imprescindible conocerle a fondo, si no, muy difícilmente podría llevarla a cabo con éxito. Ya había metido la pata en otro caso bastante delicado y ahora era fundamental que todo saliera bien. Se rumoreaba que J. era uno de los favoritos del Gran Jefe.
Pese a ser un escritor en ciernes, solía jactarse de que no le gustaba leer, solo comics y libros finitos, decía. Pero luego, inmerso en la conversación se le escapaba (o lo dejaba caer deliberadamente) que estaba leyendo una gran novela épica de mil y pico páginas y que conocía a la perfección, no solo a los clásicos sino todo lo que había sido vanguardia desde el siglo diecinueve hasta ayer mismo.
Los miércoles, después de nuestras reuniones literarias, solíamos comenzar una peregrinación que empezaba a las diez y cuarto en el bar de la esquina, donde tomábamos cerveza y pinchos de jamón y terminaba a eso de las cuatro de la mañana en un antro cercano a Malasaña, donde la mayoría de nosotros, ya muy pasados, tomábamos vodka con naranja o gin tonics preparados. He dicho tomábamos, pero la verdad es que ni J. ni yo solíamos llegar a tales excesos etílicos. Yo, porque no he sido entrenada para aguantar el alcohol (ahora que lo pienso, no sé siquiera si está permitido por el reglamento) y J., porque pese a su aire de escritor maldito abocado a todos los vicios, nunca le vi ir más allá de abrazarse como he dicho, a la botella de vodka y a tomarse dos o tres Aquarios a lo largo de toda una noche de juerga.
Después de dos meses, mi primer informe sobre él venía a decir más o menos, que era un tipo misterioso, al que le gustaba fomentar la intriga escondido detrás de un personaje con las siguientes características: Escritor joven y solitario, atormentado por una amarga historia familiar, herido por igual por el comunismo y por el capitalismo y amante del alcohol, las drogas y las chicas despampanantes. Pero en esa historia había muchos puntos oscuros.
En las siguientes semanas, además de seguir frecuentando el circulo de escritores irritados y de seguir ganándome la confianza de nuestro hombre, me dedique a peregrinar de forma virtual (aclaro esto, pues por ahí arriba se ha corrido el bulo de una supuesta torpeza informática por mi parte) por registros civiles, secretarías de institutos y universidades, registros de la propiedad y archivos de la seguridad social. Todo ello me llevó a concluir lo siguiente: Escritor joven, con el cerebro completamente corroído por la lectura, a la que era adicto desde su más tierna infancia, tímido irredento y romántico incurable. Hijo de una familia de clase media medianamente feliz. Su complexión física, algo delicada y enclenque, le hacía huir por igual tanto de juergas y francachelas como de los excesos de la vida sana. Después de estudiar Filología Inglesa y vivir un año en Londres, en la actualidad se encargaba del negocio familiar: una ferretería en el Barrio de Tetuán.


Pero eso no podía ser todo, mi intuición y mi experiencia me decían que había algo detrás, por lo que, disfrazada lo mejor que pude, me dispuse a seguirle y le pinché el teléfono.
A los quince días de mi asedio secreto, estaba como al principio, solo que algo más gorda. Ya se sabe lo tediosas que son las esperas, y algo hay que hacer para matar el tiempo. A mí me dio por los bocaditos de nata.
No entendía como un ser tan insulso (y esto lo digo en el mejor sentido de la palabra) podía ser favorito del Gran Jefe. ¿Qué heroica misión tenía que cumplir? ¿A qué peligros se iba a exponer? ¿De qué tenía yo que salvarle, diantre? (El reglamento no permite palabras más gruesas).
Los grandes descubrimientos de la humanidad, casi siempre han ocurrido porque la casualidad a pillado atento a alguien que estaba trabajando. Así pues, lo mío fue (y no quiero ser vanidosa) como la penicilina o el radio.
Una tarde de miércoles, después de leernos una de sus historias de chicos descarriados que tanto nos hacían reír, pero que al final siempre nos ponían un poco tristes, lo descubrí todo. Era eso, no había más. Pero eso era muy importante. Vi las caras relajadas, los ojos brillantes, las sonrisas abiertas que le regalaban los componentes del clan de los enojados. Vi, en la cara de J. un rubor muy tenue de satisfacción al escuchar nuestras alabanzas. Cuatro minutos y quince personas en estado de gracia. Era eso.
Esa noche me fui pronto a casa, ya no necesitaba corretear de bar en bar fingiendo beber cañas. Además, quería enviar mi informe lo más pronto posible. Tenía que comunicar a los de arriba mi descubrimiento.
Me quité los zapatos y el abrigo y enchufé el ordenador...

No hay comentarios:

Publicar un comentario