miércoles, 25 de marzo de 2009

ARACNE







Hace mucho que estoy sola, tanto que ni me acuerdo. Mis últimos hijos se fueron hace tiempo. Creo que soy vieja. Mis patas están perdiendo esa consistencia peluda y ágil que me hacía tan rápida y eficaz ante las presas. En un instante trenzaba a su alrededor una soga pegajosa que las inmovilizaba y las dejaba a mi merced. Así, me lanzaba voraz hacia ellas y clavándoles mi mandíbula, succionaba su esencia hasta dejarlas convertidas en un cascarón vacío. No me saciaba. Así era y estaba bien. Ahora estoy cansada, pero aún soy capaz de tejer despacito una trampa de encaje y esperar a que mi comida se pose en ella. Ahora tengo menos hambre y más paciencia. Pero me aburro. Dormito casi todo el tiempo y solo me animo cuando noto en mi tela la vibración de un pequeño ser que agita las alas enredado en ella. Entonces me acerco despacio, lo inspecciono, lo rozo apenas con la punta de mis patas, huelo su miedo. A veces tomo un pequeño bocado, me gusta recordar el sabor de la vida. Pero casi siempre me compadezco, le inyecto una dosis de esta esencia, que lo mata y a la vez lo conserva y lo dejo allí hasta que se apaga.
En este mundo oscuro y húmedo es importante tener comida de reserva.

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