miércoles, 25 de marzo de 2009

LA VISIÓN DE LA ISLA

LA VISIÓN DE LA ISLA



Hay mañanas, en las que cuesta creer que ha amanecido. La niebla fabrica un universo espeso que se pega a los muros de piedra de las casas, y viste de fantasmas los cuerpos que se esconden bajo los cuellos de los abrigos. Es entonces cuando la visión de la isla se hace más nítida. Dibujada en el espejo blanco, sus contornos se revelan tan reales y cercanos, que los presurosos oficinistas y los adolescentes con mochila que habitan las aceras, se detienen perplejos y maravillados.
Algunos creen que es el jirón de un sueño que se les ha quedado prendido debajo de los párpados. Otros, que por fin la vida les hace un gesto amable, un “ahora es posible” o un “quizá si te atrevieras...” Los más grises se asustan, se esconden tras las bufandas y aprietan el paso.
A veces, un olor a salitre impregna el aire seco de la ciudad dormida, y es el aroma de la isla, a quinientos kilómetros del mar.

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