miércoles, 14 de octubre de 2009

SERPIENTES DE ARENA

Volvió de uno de sus viajes contando que en lo más profundo del Desierto del Sahara, en un lugar donde el oasis más cercano está a más de una semana a lomos de camello, habitan unos seres bajo la arena, que solo salen a la superficie cuando el sol se pone y la temperatura baja de cero grados.
Estos seres, de cuerpo transparente, cuya forma recuerda vagamente la de las serpientes, pueden llegar a medir hasta cuatro metros de longitud y poseen una especie de largos brazos acabados en palas, con las que excavan galerías en la ardiente arena que hay bajo las dunas. Sus ojos sin pupila se protegen con un párpado fino y transparente que siempre llevan bajado, lo que les permite ver sin que los diminutos cristales multicolores les rayen la mirada.
Algo parecido a unas escamas, violetas y duras, cubren la mitad anterior de su cuerpo. Aunque el viajero pensó que servían para proteger su hermosa piel traslúcida, después de varios encuentros con ellos, descubrió que en realidad cada una de esas escamas es un sofisticado aparato auditivo, que les permite oír el más leve murmullo a muchos metros de profundidad y a varios kilómetros de distancia. Esto es muy importante, pues estos seres, cuyo nombre el viajero no supo decirme, se alimentan exclusivamente de las canciones e historias que nacen alrededor de las hogueras, cuando las caravanas se detienen para descasar en sus largas travesías hasta Tombuctú.
Aunque su aspecto es inquietante e incluso algo repulsivo, tienen un carácter dulce y cariñoso, y no es extraño verlos, ahítos de historias, acurrucados y azules entre los pliegues de las túnicas de los tuaregs dormidos o sobre las cuerdas que tensan las jaimas.
Antes del amanecer, vuelven a zambullirse bajo la arena, pues el ardiente sol del desierto puede matarles, por lo que el viajero, que aseguraba que eran totalmente reales y que él los había visto en multitud de ocasiones, cuando los ministros del sultán le amenazaron de muerte si no les traía un ejemplar de su siguiente viaje, tuvo que admitir, que quizá los había soñado.

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