miércoles, 14 de octubre de 2009

EL HORMIGUERO




Llevaban meses haciéndole pruebas: oftalmólogos, neurólogos, alergólogos, hasta un equipo de psiquiatría. Finalmente, ganaron la partida los neurocirujanos y concluyeron que esos hormigueros laboriosos que veía sobre cada uno de los objetos que enfocaban sus ojos, como un dibujo hecho en acetato y colocado sobre una imagen, eran parte de la sintomatología típica de una malformación en su conducto medular.
Había que intervenir. La operación era muy sencilla, le dijeron. No duraría más de siete horas. Tan solo había que abrir a la altura de la nuca y despejando músculos, tejidos y venas, llegar a las vértebras, que como estorbaban un poco, serían limpiamente seccionadas hasta acceder al conducto medular. Una vez en él, se ensanchaba con los instrumentos adecuados, hasta que dejaba de presionar el bulbo raquídeo.
No se asustó, confiaba en los médicos, pero sobre todo sabía que no podría seguir conservando la cordura si seguía conviviendo mucho más tiempo con obreras laboriosas, con hormigas soldados de feroces mandíbulas, con las celdillas de las larvas aumentando de tamaño día a día. Y lo peor de todo, en un par de semanas, se produciría la eclosión de las que podrían llegar a convertirse en reinas...

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